Ayer, por fin, tras 7 años de incertidumbre, se declaró
constitucional el matrimonio entre individuos del mismo sexo. Ya era hora, no
es posible que a estas alturas de la película sigamos discriminando a la gente
por sus preferencias sexuales. Y si como dicen algunos PPeros, no era para
tanto pues ellos solo discutían por el uso del “nombre” matrimonio pero no sus
derechos, yo les respondo con lo mismo: Es verdad, no es para tanto, pienso
como ustedes ¿Qué más da como se llame? Pues que se llame matrimonio que ya es
un nombre establecido para ese tipo de ceremonias.
Entrar en razonamientos absurdos del tipo “es que no tiene fines reproductivos, que es el objetivo último del matrimonio, que precisamente proviene de la palabra "madre""”
me parece una tontería absoluta, porque entonces si uno de los miembros de la
pareja es estéril (pareja de sexos opuestos), tampoco se podría llamar
matrimonio, ni el de aquellas parejas que, en pleno derecho, deciden no tener
descendencia, ya que podríamos concluir que sus actos son solo “lujuriosos”. Por otro lado recordemos que la palabra salario viene de sal (los soldados romanos que vigilaban la construcción de vías de transporte de sal, cobraban en esa especie, muy valorada por aquel entonces) y por lo tanto deberíamos cobrar en sal y no en euros.
Por último (la entrada de hoy es breve) les diré a los cristianos
“ortodoxos” que, suponiendo que Dios exista y sea como ellos dicen (vamos a
hacer un ejercicio de imaginación) lo que creo que Él dice (o pretende) es que
la gente se ame, se respete, se valore, conviva en paz y no juzgue (si no
quiere ser juzgado). Este último punto es muy importante, ya que si seguimos
con nuestro ejercicio de imaginación y realmente Dios existe, y para Él la
homosexualidad es pecado, ya serán condenados tras su muerte, nosotros no somos
nadie para juzgar y jugar a ser Dios y decir lo que la gente debe y no debe
hacer, para eso ya está Él, mientras tanto convivamos en paz, que bastantes
problemas tenemos ya.